La esencia del fútbol ante las Sociedades Anónimas Deportivas
El fútbol no
es (simplemente) un deporte. Si tratamos de casar al fútbol con el derecho nos
sale un matrimonio mal avenido. Sobre todo, porque el fútbol parece más un
sueño colectivo, una pasión desproporcionada, una suerte de espectáculo en el
que no siempre vence el más fuerte ni es más sensato. El derecho, si lo
entendemos como la justicia que me enseñaron en su momento a través del
venerable Ulpiano, es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo
suyo. Así que algo rechina si comparamos lo que ofrece el fútbol y lo que
promete el derecho.
En el año 90
se aprobó una ley destinada a cambiar la historia del fútbol en nuestro país.
Seguro que el legislador lo hizo con muy buena fe, porque en este país SIEMPRE
(¿?) se legisla con buena fe y sin atender a criterios partidistas. Se
pretendía sanarlo y reformarlo. Modernizarlo y hacerlo más competitivo en
Europa.
En aquellos
tiempos, en Primera había equipos que se permitían el lujo de reunir en sus
filas a jugadores como Juan José, Carmelo y Dertycia (el Cádiz). A Abadia y a
Quique Setién (el Logroñés). A los hermanos Larrainzar (y se les ponía sus
correlativos ‘primero’ y ‘segundo’) y a Ziganda (Osasuna). A Elduayen y
Tocornal (Burgos). A Ureña, Chano, Trifón Ivanov y a Loreto (Betis). Puro carisma.
Dicen que la
nostalgia deforma el recuerdo. Tal vez, muy probablemente, aquel fútbol en el
que nos educamos de jóvenes fuera mucho menos estético. Seguro que los clubes
eran instituciones abocadas a la ruina y a los impagos. Enormes pozos para
blanquear dinero negro. A finales de los ochenta el clan de los Charlines, por
ejemplo, hacían del Club Juventud de Cambados un conjunto potente de Segunda B
a base de sus fardos de tabaco y cocaína (ahora sobrevive en Segunda
Autonómica).
Entonces
llegó Javier Solana y planteó esa Ley que fue apoyada por el ochenta por ciento
de los diputados del Congreso y dijo de ella que estaba destinada a durar y
añadió una vez que ya fue parida y sancionada, ojo, que no era
intervencionista, pero “deberá ser rigurosa en aquellos ámbitos en los que esté
en juego el dinero público, ahí el control deberá ser riguroso y exacto”. Que
se lo digan a los valencianos y a su Terra Mítica.
Se tasó
entonces la deuda de los clubes españoles en 16.000 millones de pesetas y, por
eso, se exigió el saneamiento integral mediante la transformación en Sociedades
Anónimas. Ese proceso hirió de muerte en un año, por ejemplo, al Club Deportivo
Málaga y al Real Murcia y empezó a cambiar la cara de un espectáculo al que
desconfiguró del todo la normativa europea derivada de la Sentencia Bosman.
Pero, ¿cambió
realmente para mejor el panorama? ¿Ha servido de algo que ya no existan los
socios en los clubes de fútbol sino los accionistas? La austeridad que
demandaba la Ley del Deporte ha sido sistemáticamente violada por los equipos
grandes, que cada vez se hacían más grandes, y por los modestos, que veían
gallinas de huevos de oro en futbolistas de medio pelo. La Liga empezó a sufrir
las ambiciones de capitales extranjeros (¿les suena el nombre de Piterman, Grinbank
o Tinelli por ejemplo?), proyectos descabellados que hacían que se
perdiera la esencia de las entidades. Hubo incluso quien mudó todo un club de
una ciudad a otra amparándose en que era “de su propiedad”. Hablo del Ciudad de
Murcia y de Enrique Pina. Para colmo, todas estas barbaridades tenían el
respaldo de la mal llamada Ley Concursal que era como un bálsamo mágico. Algo
así como “gasta, gasta, que ya otros pagarán la cuenta”.
Y además, la
teórica estabilidad y viabilidad que ofrecía lo de Sociedad Anónima Deportiva
era otro cuento chino. Ya están muertos y enterrados (y en algunos casos
reflotados por héroes locales) el Sestao Sport Club SAD, el Real Burgos C.F.
SAD, el Club Atlético de Marbella SAD, el C.P. Mérida SAD, la SD Compostela
SAD, el Granada 74 SAD (anteriormente conocido como C.F. Ciudad de Murcia SAD),
el C.D. Logroñés SAD, el Terrassa F.C. SAD, el U.E. Miapuesta SAD
(anteriormente conocido como U.E. Figueres SAD), el C.F. Extremadura SAD y el
Lorca Deportiva C.F. SAD entre otros.
Hace cinco
años se calculó que la deuda en los veinte años de aplicación de la Ley del
Sociedades Anónimas Deportivas se había multiplicado por cuarenta. Los clubes
españoles no cotizan en bolsa –era uno de los retos de la Ley- y hasta hemos
sufrido cómo uno de los poderosos, el Valencia, es manejado en la sombra por
Jorge Mendes, representante de jugadores y uno de los mayores peligros del
fútbol entendido como pasión en nuestros tiempos.
Para colmo, y
ya que hablamos de representantes, cada vez se educa menos y se buscan valores
más jóvenes, pagándose más por ellos. No hay tiempo para formar y sí para
deformar. La ley se muestra ineficaz al respecto. Los aprendices de jugadores
se forjan en los valores que la escasamente variada oferta televisiva española
les regala (estos son: Mou o Pep, Messi o CR7, siempre desde la óptica del show
business). Pocos, salvo honrosas excepciones, quieren destacar en el club de su
ciudad. Prefieren, con la libertad de mercado, ser cola de león en el filial de
un grande o buscar fortuna en Ligas de tanto tirón y tradición como la India o
la norteamericana.
La
globalización está terminando de rematar lo que la Ley del 90 comenzó. No se
trata, a mi juicio, de ponerle puertas al campo. Ni de aislarnos ni de parecer
(realmente) proteccionistas. En el Reino Unido han sido capaces de entender la
importancia de conservar ciertas tradiciones en mitad de la vorágine que les
obliga a entregar clubes a magnates de calaña diversa y a bautizar sus estadios
con nombres de empresas de dudosa reputación. Es preciso que la LFP y la
Federación, si algún día firman la paz, aúnen esfuerzos para hacer que el
fútbol español –al margen de los éxitos deportivos que consiga- esté protegido
de una vez por todas por una legislación justa, ecuánime, que lo blinde ante
tiburones extranjeros y le permita conservar las pocas señales de identidad que
aún le quedan.
El fútbol no
es de nadie y es de todos. El único Derecho que sea bueno y justo para el
aficionado será el que tenga en cuenta el llanto de quien sufre en la grada por
un descenso y también la euforia de quien canta un gol a quinientos kilómetros
de su hogar. Sólo si el legislador y los distintos agentes –incluyo a abogados,
representantes y de prebostes de los organismos- que configuran el ordenamiento
jurídico-deportivo en este país tienen en cuenta el componente de pasión podrán
desarrollar un sistema verdaderamente eficaz y justo. Si no, los estadios
acabarán siendo óperas tristes y mudas y muchas instituciones venerables y
centenarias desaparecerán.
En la
actualidad hay un puñado de valientes que tratan de devolver el fútbol a sus
dueños reales. Son los aficionados-socios-propietarios de equipos modestos que
tratan de competir, generalmente en Ligas menores, con todas las trabas e
impedimentos que la Ley y la triste lógica contemporánea del dinero les impone.
Contra eso, claro, y contra una abusiva sobreexplotación de los partidos
televisados que merma su público potencial.
Ojalá
respeten y coloquen al fútbol en el lugar que se merece, porque me enseñaron en
la Facultad que el Derecho es la forma de regular la vida y la vida, según dijo
sir Walter Scott no es sino un partido de fútbol.
Recuperado
de: http://www.futbolyfilosofia.com/single-post/2015/12/15/La-esencia-del-f%C3%BAtbol-ante-las-Sociedades-An%C3%B3nimas-Deportivas
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